La Palma 2000 – 2009
CONTENIDO

La cara de la isla es versátil. A grandes rasgos, se divide en tres partes: La parte sur, estéril y en gran parte negra y calurosa, caracterizada por cráteres volcánicos extinguidos, cantos rodados y arena.
En el otro lado, el océano azul profundo se extiende en interminables extensiones.
El norte, verde y fértil, se caracteriza por su suelo marrón rojizo, donde se pueden encontrar bosques primigenios junto a numerosos almendros; donde grandes helechos, robledales y laurisilvas cubren la accidentada tierra.
El centro muestra un rostro más equilibrado, no es casualidad que muchas poblaciones y ciudades intermedias se encuentren aquí con sus ricas y coloridas plantaciones de flores.
La equilibrada estética arquitectónica cautiva con sus esquemas de armoniosos colores.
La vida allí es tranquila, y está impregnada de un rico espíritu en cuanto tiene que ver con sus habitantes.
Tres fuerzas motrices completamente diferentes llevaron a que la isla fuera declarada galería:
La variedad de colores, así como el verde- negro polar inspiraron a que uno quisiera poner en relación sus propias composiciones cromáticas con este entorno.
En segundo lugar, la ruptura con la bidimensionalidad descrita en el capítulo Pensamientos, y la selección de los más variados materiales de trabajo. Situarlos, desatados y en juguetona libertad, en relaciones escogidas y bastante diversas, fue un enriquecimiento -sí, un acto feliz, que estuvo siempre envuelto por el caudaloso océano y el ancho cielo azul-.
Además, me llegó un rumor: que se estaba planeando un proyecto de autopista sobre la base de una ganancia inesperada que fluía abundantemente de la UE.
Este último proyecto parecía desproporcionado, no sólo para mí, lo que me impulsó a reproducir y vender mi documentación fotográfica. Los ingresos se utilizaron para crear un fondo de forma que se hiciera posible la asistencia legal.
Esta última necesidad surgió de la responsabilidad que sentí como buscador de un arte libre: subordinar el capital a las necesidades prácticas desde esta posición autónoma.
La luz, la calidez y el espacio estético diverso hicieron posible encontrar y explorar posibilidades nuevas e inusuales.

La cuestión de la taza del baño
o
la posibilidad de una meditación cotidiana extendida

El usuario le otorga a la taza del inodoro un carácter de momento superficial de conciencia cuando su urgente “necesidad humana” le llega, o su condición higiénica ataca su sentido del olfato de una manera desagradable.
Una vez finalizada la sesión, abandona sin pensar este espacio confinado y cierra la puerta con el debido cuidado.
La agetreada vida cotidiana en estos tiempos acelerados le impide a uno agradecer a este objeto costoso, que es esencial para la supervivencia, y mucho menos a su inventor. El hábito y la autoimagen no dejan espacio alguno para una contemplación prolongada y profunda de este lugar.
¿Es la persona acaso consciente también de su estética y, además, del agua preciosa que corre por litros -varias veces al día- a través de este recipiente pasado por alto? ¿Acaso tanto el objeto como su finalidad despiertan un sentimiento -o un pensamiento- en una dirección posible: que, por ejemplo, ¿la mayoría de nuestros hermanos y hermanas con los que compartimos este hermoso planeta azul sólo beben de los charcos? Además, ¿significa este hecho autoevidente que con este uso inconsciente queremos pasar la cuestión del clima a manos de funcionarios pueriles y de una inteligencia artificial fría e imprevisible?
Pues bien: Sacamos este objeto funcional de uso cotidiano de su habitual cautiverio, espacialmente limitado, -lo liberamos de su destierro-, lo dotamos de una funda protectora y de color y lo colocamos en un entorno nuevo y completamente desconocido, por ejemplo, en un paisaje encantador.
De repente, nuestros hábitos visuales y perceptivos se irritan, incluso se provocan; posiblemente los sentimientos de antipatía y los pensamientos resultantes luchan dentro de nosotros en cuanto a lo que un inodoro está haciendo allí en primer lugar. En resumen: nuestro nivel de tolerancia está al límite: podemos calificarlo como un truco sin sentido en lugar de enfrentarnos a esta situación desconocida de forma imparcial y abierta.
Todo lo anterior tuvo lugar, en realidad, cuando el indagador artístico vivió en San Miguel de la Palma entre los años 2000 y 2009, y aprendió a amar y respetar este pedazo de tierra en el vasto océano, a sus gentes y a su naturaleza, hasta el punto de que, tras un profundo examen de conciencia, declaró esta verde isla como espacio de galería y aprendió así a percibir su belleza más profundamente.

